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NUESTRA ciudad, más desnuda que ciudad alguna en el mundo, rehuye cada día el adorno vegetal en todas sus formas.
El poco arbolado, que plantara el Comisionado del Interior don Francisco Pons y que desaparece de sus calles y avenidas por la incuria del tiempo o de los hombres, jamás se renueva.

Aquí el trópico exuberante es mito para los que dirigen el ornato público.

Para escapar de las calles saturadas de febrilidad, de tráfico y de apresuramiento; para huir de los patios sin árboles que se emborrachan de sol; para alegrar un poco a los pobres niños que se hacinan en los nichos obscuros de las casas de departamento viviendo el hambre de parques amigos y acogedores, hay que irse al Parque Muñoz Rivera a deambular bajo sus árboles que se dan generosos a un propósito de floración y de sombra; o a sentarse en sus bancos acogedores junto a los macizos florecidos y perfumados que hacen sentir el gozo de la contemplación y la alegría de estar lejos del ruido de los automóviles que vocean su prisa por las calles de la ciudad.

Nuestros niños no tienen otro sitio a donde ir.

Sólo allí los árboles extienden sus ramas maternales sobre las cabecitas de los niños que, como aquellos angelotes de los vasos, jarrones y fruteras de Sevres, trenzan cadenas con sus manecitas entrelazadas, bajo su sombra amiga, en tardes de verano cuando el sol adquiere su máxima tibieza y la atmósfera se reviste de sutil transparencia.

Generaciones tras generaciones recrearán su niñez bajo los árboles frondosos y aprenderán a sentir desde la infancia que este Parque acogedor es a la vez un regalo de los sentidos y símbolo cargado de recuerdos.

Frente a la dirección de este Parque, está un hombre joven e inteligente, el señor Miguel Meléndez Ortiz, que ha ensartado la idea de levantar una Biblioteca Infantil en el hilo de su optimismo. 

Frente a todos los inconvenientes y obstáculos de esta hora

 trágica, el señor Meléndez Ortiz trabaja en su obra y con lentitud, pero con seguridad, se van levantando las paredes del edificio que en uno de los rincones del Parque dará albergue a la Biblioteca Infantil.

Y será esta biblioteca cauce iluminado por donde transite el alma ingenua de los niños que visiten el Parque y un renglón más parejo a los servicios de la instrucción pública.

Nuestra ciudad necesitaba esa biblioteca donde tuvieran acceso los niños urgidos de estos centros que utilizan a la medida de su capacidad.

El niño necesita de una literatura estimulante que no siempre está al alcance de los medios económicos de sus padres.

Decía Horacio en su Epístola a Augusto: "el poema da forma a la boca tierna y balbuciente del niño; desde la primera edad desvía su oído de las palabras groseras; forma después su corazón por amistosas lecciones; moldea su carácter, reprime en él la envidia y la cólera; cuenta las bellas acciones; instruye por el ejemplo de los hombres célebres a las generaciones jóvenes que aparecen.

El señor Meléndez Ortíz, que sabe de estas cosas, conseguirá el aporte oficial y particular para que la literatura infantil de Hispanoamérica venga a esta Biblioteca.

En toda nuestra América los valores emocionales del niño se han introducido en la literatura.

Era ya por demás sensible que una ciudad como San Juan, a la que tanto el número de sus habitantes como la importancia de su progreso urbano le crean especiales compromisos de decoro, persistiera en el abandono de sus niños, sin crear una Biblioteca Infantil con carácter público.

La Biblioteca Infantil se levanta en el Parque Muñoz Rivera y hay que conseguir el esfuerzo de todos para que mejor pueda servir a nuestra niñez.

Sólo así el noble esfuerzo del señor Meléndez Ortiz, puede ser también el esfuerzo de todos.


Entered as second class matter, March 7. 1910, at the Post Office at San Juan, Puerto Rico. Published and distributed under permit No. 132 authorized by the act of October 6, 1917 on file at the Post Office of San Juan, Puerto Rico, by order of the President A. S. Burlesson, Postmaster General.